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Mosén Millán, un problema de filosofía moral

 

Al inicio de la novella, se nos describe al protagonista de la misma, del que no se nos dice su nombre, "El cura": 

«Con los codos en los brazos del sillón y las manos cruzadas sobre la casulla negra bordada de oro, seguía rezando. Cincuenta y un años repitiendo aquellas oraciones habían creado un automatismo que le permitía poner el pensamiento en otra parte sin dejar de rezar. Y su imaginación vagaba por el pueblo.»

51 años debía de tener Sender cuando redactó esta novela (la misma edad de quien escribe esta entrada de blog). Se trata de una casualidad, o tal vez de un elemento no tan aleatorio. Sender, que había nacido en 1901, escribía esta obra en Estados Unidos, probablemente en plena caza de brujas, cuando entre 1950 y 1954 el senador ultraderechista Joseph McCarthy quiso «limpiar de rojos» el país. Ramón J. Sender  -se nos cuenta en cualquier biografía-  se vio forzado a firmar un furibundo manifiesto anticomunista para no perder su empleo en la Universidad de San Diego, donde trabajaba. ¿Puede ser precisamente el hecho de tener que firmar ese manifiesto, el que le impulsara a la creación de ese personaje tan contradictorio y profundamente dividido que es Mosén Millán? Porque la novela corta (novella en inglés) a la que nos referimos, se titulaba así cuando apareció en 1953. En 1960 el autor le cambiaría el título que le ha quedado ahora: Réquiem por un campesino español.

La novela plantea un problema de filosofía moral, cuyos ecos encontramos también-quizá con un tratamiento diferente o con matices- en la obra que en escribiera Hannah Arendt titulada Eichmann en Jerusalén, y subtitulada "Un informe sobre la banalidad del mal". Aunque los de Eichmann y Mosén Millán son dos casos diferentes, el problema es parecido: ¿qué responsabilidad moral tienen aquellos que niegan tener responsabilidad moral, con las manos manchadas de sangre? Podría aventurarse que, tal y como está planteada, se acerca a las reflexiones de Beauvoir y Sartre sobre la "mala fé", o esa forma de autoengaño con la que dar apariencia de libertad a una forma de cosificación.

La novela tiene una estructura sencilla pero sólida: se inicia con los pensamientos de Mosén Millán, "el cura", que va a celebrar una misa de réquiem por el alma de Paco, "el del Molino", que ha sido pagada por sus asesinos. Mosén Millán recuerda la vida de Paco, su infancia, juventud, y vida adulta, cuando metido en política, formó parte de la alcaldía del pueblo y entró en conflicto con los terratenientes, lo que le acarreará una condena de muerte cuando el conflicto civil finalmente estalla. El cura recuerda sus experiencias y con sus pensamientos examina la vida de este hombre hasta el momento en que lo delata y convence para que se entregue a los fascistas, con la falsa promesa de recibir un juicio justo. Tras el fusilamiento de Paco, la escena regresa al momento inicial, antes del inicio de la misa. ¿Por qué estos pensamientos, esta memoria, este examen (católico) de conciencia? La sensación del lector es que Mosén Millán sabe sin saber que es responsable de la muerte de su hijo, pues tal era la relación entre ellos desde que Paco se hiciera monaguillo en la infancia. Mosén Millán no sabe que sabe. ¿Es un hipócrita? ¿O es acaso un cínico? El último pasaje contiene, en opinión de quien esto escribe, un planteamiento crudo del problema:

«Un año había pasado desde todo aquello, y parecía un siglo. La muerte de Paco estaba tan fresca, que Mosén Millán creía tener todavía manchas de sangre en sus vestidos. Abrió los ojos y preguntó al monaguillo:

—¿Dices que ya se ha marchado el potro?
—Sí, señor. 
Y recitaba en su memoria, apoyándose en un pie y luego en el otro: 
...y rindió el postrer suspiro 
al Señor de lo creado.—Amén.
En un cajón del armario de la sacristía estaba el reloj y el pañuelo de Paco. No se había atrevido Mosén Millán todavía a llevarlo a los padres y a la viuda del muerto. 
Salió al presbiterio y comenzó la misa. En la iglesia no había nadie, con la excepción de don Valeriano, don Gumersindo y el señor Cástulo. Mientras recitaba Mosén Millán, introibo ad altare Dei, pensaba en Paco, y se decía: es verdad. Yo lo bauticé, yo le di la unción. Al menos —Dios lo perdone— nació, vivió y murió dentro de los ámbitos de la Santa Madre Iglesia. Creía oír su nombre en los labios del agonizante caído en tierra: «...Mosén Millán». Y pensaba aterrado y enternecido al mismo tiempo: Ahora yo digo en sufragio de su alma esta misa de réquiem, que sus enemigos quieren pagar.»

Después de todo lo que ha pasado, ante este texto, con un poco de perspicacia, se detecta la forma sutil como se señala ese "no saber que se sabe", y además de una manera creciente que estalla en las dos últimas frases. Primero, ¿por qué guardaba en el cajón de la sacristía el reloj y el pañuelo de Paco?, ¿Cómo es que no se había atrevido a devolvérselos a sus padres y a su mujer? Tal vez no quería dar la triste noticia, o tal vez sospecha que le llamarán -probablemente con los ojos- canalla. Después de esto, el texto nos devuelve a Mosén Millán a la Iglesia justo antes de comenzar la misa de réquiem. Allí están delante de él las clases dominantes que han ganado la contienda civil, y han asesinado a Paco. El texto nos presenta a un cura satisfecho de que al menos Paco ha muerto en el seno de la Iglesia, ¡qué bendición! Pero de pronto resuena en su memoria, en su memoria corporal, la voz agonizante de un muerto inocente que no comprende lo que sucede, y es en ese momento que Mosén Millán "pensaba aterrado y enternecido" que iba a dar una misa por el alma de Paco pagada por sus asesinos. ¿Cómo es posible estar aterrado y enternecido al mismo tiempo? Quizás es el terror de saber que es responsable de la muerte de Paco. Quizás enternecido porque su dimensión católica se sobrepone al conocimiento de la culpa: al menos ese hombre murió dentro de la Iglesia. Pero el texto deja abierta la respuesta al lector. Es el lector quien debe digerir la situación y pensar consigo mismo qué es lo que está sucediendo. Porque si el texto dijera claramente cuál es la responsabilidad de Mosén Millán, sería un texto propagandístico. Si sabe que es culpable podría argumentarse que fue forzado, bajo amenaza de muerte, a denunciar a un inocente. Si no sabe que lo ha hecho, lo podemos tachar de hombre de pocas luces. Pero la novela no es tan simple como las expectativas y prejuicios de sus lectores. Al dejar abierta la duda y la ambigüedad genera la reflexión, una reflexión anudada no por argumentos lógicos o hipótesis filosóficas sino por la acumulación de detalles y de hechos vividos, por el amontonamiento ficticio de situaciones que generan un pensamiento afectivo: eso es literatura. 

El autor de la novela reflexionó así sobre el papel de la Iglesia Católica en el conflicto civil español, por parte de aquellos que sin querer estar implicados directamente acabaron arrastrados a él y quisieron mantener la conciencia limpia en un momento en el que era inevitable tomar partido. ¿Quiénes son peores, los fascistas asesinos o aquel que llorando señala con el dedo a quien hay que fusilar e invoca la voluntad de Dios? El acto de matar o el acto de consagrar el asesinato. El acto de matar o la colaboración alejada y autoexculpatoria o autoengañada. Ello hace de Réquiem por un campesino español una obra de una potencia narrativa y filosófica apabullante, casi 70 años después de ser publicada.

Queda para otra entrada discutir el mito que construyó Sender: la pasión de Cristo, símbolo de los humillados y explotados.



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